Alfredo Ortega Rubio, una vida dedicada a la conservación de la biodiversidad
Agencia Informativa del consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
Por Ana Luisa Guerrero
Contribuir “con un granito de arena” para que perdure la biodiversidad de México, es una de las mayores satisfacciones del doctor Alfredo Ortega Rubio.
Académico e investigador del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor), es un referente nacional e internacional por su trabajo aplicado al uso, manejo y conservación de los recursos naturales en las áreas naturales protegidas.
Con su incansable labor coordinó todos los esfuerzos que redundaron en la declaración de tres reservas de la biósfera en nuestro país: el Desierto del Vizcaíno, la Sierra de La Laguna y el Archipiélago de Revillagigedo.
A lo largo de tres décadas de invaluable labor científica ha dirigido 159 proyectos de manejo de recursos, de restauración ecológica y de impacto ambiental; ha escrito 174 artículos de investigación y dirigido 56 tesis de doctorado, maestría y licenciatura. Es, asimismo, el coordinador nacional y responsable técnico de la Red Temática de Investigación de Áreas Naturales Protegidas, auspiciada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en la cual participan 21 investigadores de 15 instituciones nacionales.
Actualmente es coordinador del Programa de Planeación Ambiental y Conservación del Cibnor y asesor de diez estudiantes de posgrado que realizan su trabajo de investigación sobre aspectos sociales, ecológicos, jurídicos y económicos del uso, manejo y conservación de recursos naturales en áreas naturales protegidas.
El también miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) comparte con la Agencia Informativa Conacyt por qué se inclinó a esta área de la ciencia y cómo fue que la vida lo condujo a la conservación.
Los inicios
Desde la infancia, Alfredo Ortega Rubio se sintió maravillado por el esplendor de la naturaleza. Se recuerda sentado en el césped observando el comportamiento de las hormigas, mientras que los otros niños jugaban al futbol. Asegura que a la fecha sigue sorprendiéndolo la diversidad de la vida natural.
Con esta pasión no fue casualidad que decidera estudiar biología y lo hizo en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN), de la que se graduó de licenciatura en 1977.
Su vida estudiantil estuvo marcada por el futbol americano, con tal influencia que para seguir practicándolo decidió cursar la maestría. Siendo tesista, era uno de los estudiantes que formaban parte del naciente Instituto de Ecología (Inecol) en las oficinas adjuntas al Museo de Historia Natural en Chapultepec, en la Ciudad de México, como ayudantes de investigadores, donde tuvo la oportunidad de conocer e interactuar con el doctor Gonzalo Halffter Salas, quien sería la persona que contribuyera a la definición de su carrera profesional.
Y es que, el doctor Halffter —promotor de las dos primeras reservas de la biósfera en el país: Mapimí y La Michilía, en Durango— fue su director de tesis doctoral y lo guió en el camino de la conservación de áreas naturales protegidas.
Con su trabajo de investigación en La Michilía se graduó de doctor en ciencias en 1986 con mención honorífica en su disertación doctoral, convirtiéndose en el primer egresado del doctorado en ciencias con especialidad en ecología del IPN.
“Mi vocación por la biología la descubrí a temprana edad, pero mi interés por trabajar en las áreas naturales protegidas fue influenciado por el fundador del Inecol, el doctor Gonzalo Halffter, pues cuando trabajábamos en mi tesis doctoral él era presidente del comité del programa El Hombre y la Biósfera de la Unesco”, recuerda.
En el inicio de su carrera profesional, el doctor Alfredo Ortega hizo suya la propuesta de su director de tesis de que en las áreas naturales protegidas se involucrara a los habitantes de la región para la conservación de la flora y fauna, participando responsablemente en el manejo de los recursos naturales.
En entrevista, el investigador recuerda que en ese tiempo en México se tenían parques naturales, por ejemplo el Desierto de los Leones en la capital del país, pero “su visión era proteger lo bonito, lo paisajístico y no se tomaban en cuenta las necesidades de la gente, por lo que la ‘modalidad mexicana’ generada por el doctor Halffter que se adaptó con el programa El Hombre y la Biósfera, permitió establecer diferentes zonas dentro de una reserva, una de ellas llamada núcleo, que es el área más frágil de lo que se buscaba conservar, y la de influencia, en la que se permiten las actividades humanas bajo ciertas restricciones”.
Trayectoria en Cibnor
En 1986, el doctor Alfredo Ortega deja la Ciudad de México para asentarse en La Paz, Baja California, para integrarse al Cibnor con una meta fija: establecer el área de Conservación y Biología Terrestre, en la actualidad el Programa de Planeación Ambiental y Conservación.
Relata que el entonces director del centro público de investigación, doctor Daniel Lluch Belda, propuso la creación de esa área y se requería de un doctor que promoviera el estudio e investigación al respecto. En aquel tiempo, dice, eran muy pocos doctores en ciencias en el país, y los que había tenían más de dos décadas trabajando en la UNAM o en el IPN y no pretendían renunciar a su antigüedad para iniciar una aventura en un centro que apenas estaba consolidándose.
“En ese momento buscaron a alguien con jerarquía académica que quisiera venir a fortalecer esta área y formar recursos humanos. A un servidor le hicieron la propuesta y decidí venir a La Paz, porque para un biólogo estar en un lugar que es un paraíso desde todos los puntos de vista, era un gran avance”, abunda.
Ortega Rubio, que ha desarrollado su carrera en centros de investigación del Conacyt, evoca esos años y lo que significó dejar la cotidianidad de la capital mexicana. “En esa época desarrollar investigación científica en La Paz era un acto de heroísmo” no solo en el plano personal sino en el profesional, debido a las limitaciones porque “en ese entonces aún no había computadoras ni Internet, no había ni siquiera teléfonos en Cibnor y la manera de comunicarnos era por radio, en verdad eran condiciones de aislamiento”.
Con su arribo a nuevas latitudes comenzó a trabajar y observó que Baja California Sur no tenía ninguna área natural protegida, cuando poseía zonas tan importantes para ello. Así que de manera visionaria consideró oportuno prevenir problemas futuros e iniciar tres proyectos para que se declararan reservas de la biósfera en la entidad.
Liderando un equipo integrado por 20 investigadores y técnicos académicos, aproximadamente, y tras un proceso de arduas labores, en 1988 logró que el presidente de la República declarara reserva de la biósfera al Desierto del Vizcaíno.
Las declaratorias del Archipiélago de Revillagigedo y de la Sierra de La Laguna se alcanzaron posteriormente, en 1994, también por decreto presidencial, como resultado de constantes y persistentes gestiones suyas ante las instancias estatales y federales.
Reservas de la biósfera
Alfredo Ortega explica que pugnaron por el Desierto del Vizcaíno como reserva de la biósfera por las características biológicas de esta región ubicada al norte del estado. Con más de dos millones de hectáreas cuenta con el santuario de ballenas en la laguna Ojo de Liebre, donde nace la mayor cantidad de ballena gris, así como las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco, ambos declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1993.
Esta zona tiene una variedad de ecosistemas, como diferentes tipos de desiertos, lagunas costeras e importantes serranías.
“Pensamos en esta región porque además en ella habita el berrendo peninsular, que es una subespecie que está amenazada, además del borrego cimarrón el cual consideramos había que manejarlo para protegerlo”, expone.
Para el caso de la Sierra La Laguna era prioritario protegerla porque tiene el único bosque de pino-encino y la única selva de Baja California Sur, los cuales presentan una gran variedad de especies endémicas de flora y fauna.
“Es como una isla de vegetación donde está la mayor cantidad de especies de todo el estado. Tiene selva, bosques, hay una gran cantidad de plantas, de reptiles, de mamíferos y aves que son endémicas. En ese tiempo eran terrenos nacionales, por lo que la tenencia de la tierra estaba resuelta y no hubo que expropiarle a nadie, pero con la propuesta se logró proteger toda esta región”, abunda.
La Sierra La Laguna es asimismo el sitio en el cual se recargan los acuíferos de todo el sur del estado. Podemos entonces visualizarla como una gran cisterna natural de la cual se abastecen de agua 90 por ciento de todos los sudcalifornianos.
En el caso del Archipiélago de Revillagigedo, “las Islas Galápagos” mexicanas —como las llama el doctor Ortega— se buscó su conservación por contar con especies de flora y fauna endémicas. El archipiélago se conforma de cuatro islas que representan tanto una gran oportunidad para el desarrollo de investigación básica y ambiental en áreas de biodiversidad, biogeografía y evolución como un imperativo impostergable protegerlas y conservarlas.
“Muchos se preguntarán el porqué protegemos, y además de las consideraciones filosóficas y éticas, existe un claro componente de utilidad práctica: cada especie es el resultado de millones de años de evolución y es única. No sabemos si la cura del cáncer o del zika, o la conformación de nuevos alimentos o productos industriales está en los genes de estas especies y si las destruimos, estamos cancelando oportunidades para las generaciones venideras”, recalca.
Al describir las reservas, el doctor Alfredo Ortega recuerda la época en que se alcanzaron estos logros. A su mente vienen los viajes para hacer el trabajo de campo y las agotadoras gestiones ante la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue), ahora Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
“En ese entonces había un protocolo que teníamos que cubrir, y estaba integrado por una serie de estudios detallados de los aspectos físicos, biológicos, sociales y económicos de la zona en que proponíamos la reserva. Después había que gestionarlo y eso era lo complicado, porque había que estar viajando a la ciudad de México para someter los planteamientos ante el personal que, además, era rotado constantemente”, narra.
En la actualidad, dice, el proceso es más institucional porque lo ejecuta la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), un órgano descentralizado de la Semarnat.
Satisfacciones
En los últimos 30 años, el investigador —que también es un apasionado del deporte— no ha cejado esfuerzos en pos de la conservación de los recursos naturales sin que con ello se excluyan las actividades humanas.
Es en esos resultados que radican sus mayores satisfacciones al constatar que pone su “granito de arena” para que las futuras generaciones conozcan la diversidad biológica de México.
“Soy un convencido de que los recursos naturales que nos acompañan en nuestro periodo de vida no son para dilapidarlos, no son de nuestra generación sino de las que nos siguen, entonces mi mayor satisfacción es contribuir con compromiso y esfuerzo por manejar adecuadamente los recursos naturales de México”, dice.
En un país como el nuestro, abunda, con muchas necesidades de todo tipo, las áreas naturales protegidas no deben nunca parecer que están debajo de una campana de cristal; y si la gente local no tiene acceso a alternativas para el manejo de recursos, se rompería la campana.
“Tengo la satisfacción de que he buscado que las generaciones actuales, especialmente la gente que vive en estas áreas, utilice de manera racional sus recursos y lo compatibilice con el cuidado y preservación de la fauna y la flora. Por ejemplo, recientemente acabo de subir a la Sierra La Laguna y ver que todavía están los pinos en medio del desierto, me emociona, porque si eso no estuviera protegido ya los hubieran talado”, agrega.
Por ello está convencido de que si se ofrece a la gente alternativas racionales en el uso de sus recursos naturales, ellos mismos los cuidan, porque ve que tiene beneficios directos.
Sin embargo, no es una tarea fácil porque “cuando procuras que se conserve la biodiversidad te enfrentas a intereses muy poderosos, por ejemplo de algunos desarrolladores sin escrúpulos y, por otro lado, cuando procuras que la gente local tenga alternativas para el manejo racional de sus recursos naturales, entonces también estás en el centro de la polémica por parte de aquellos que no quieren que nada se toque”, refiere.
Y aunque estos esfuerzos de compatibilizar el uso racional de los recursos con la conservación de los mismos lo ha llevado a vivir “al filo de la navaja” debido a que ha estado en algunas ocasiones en el ojo del huracán por tratar de conjuntar estas dos visiones entre los sectores más distantes en ambos extremos, considera que ha valido la pena todo el esfuerzo.
El investigador considera que a nivel de país ha sido muy satisfactorio constatar los avances que se han tenido en la conservación de nuestra biodiversidad. Narra que cuando era estudiante de licenciatura en México existía la Comisión Nacional de Desmontes, una entidad del gobierno federal dedicada expresamente a talar bosques, desmontar selvas y a desecar manglares, por lo que haber pasado en la misma generación a una Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas “es indudablemente un logro mayor y muy significativo de todos los mexicanos, del cual debemos estar orgullosos y debe —aún más— de comprometernos en la conservación de nuestra biodiversidad, la cual es patrimonio de las futuras generaciones”.
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